martes, 8 de diciembre de 2020

Los años y los buenos recuerdos


Puedo aceptar que los años me quiten agilidad, belleza, tolerancia o reflejos, que me hayan agregado algunos miedos y penas; puedo aceptar que me cueste aceptar algunos cambios. Puedo adaptarme a la compañía necesaria de los anteojos, la de algún dolor destemplado y de algunas manías.

En lo que no estoy dispuesto a transigir es con mis recuerdos. Con ellos, los buenos recuerdos, señores años, no se metan! No aceptaré mermas, distorsiones, u olvidos. En eso soy irreductible, como diría Oliverio. Los cuido a rajatabla, los mezquino, los recuento en la lata de mi memoria, como coloridas bolitas en mi niñez; en su soledad de pálidos reclusos, mimo especialmente a los condenados, por mi sentido del honor, a satisfacer solo el egoísmo de algunas de mis inexplicables sonrisas.

A veces alguno sale del rebaño y se me aparece en un susurro cuando menos lo espero, envuelto en un perfume, disfrazado en una silueta, una canción, o una frase. Ni bien lo reconozco le doy una caricia y lo mando a ubicarse en su lugar, si es que hay alguno, en ese orden de aparición arbitrario, anárquico y de extrañas jerarquías.

No son egoístas ni celosos, muy por el contrario, aplauden las nuevas incorporaciones y me instan a cosechar más y mejores. Saben que cada uno de los inolvidables recién llegados tiene algo de ellos en su génesis o en sus células, y los contagia de alegría, les da sentido y nuevas energías. No quiero que ninguno se vaya, ni uno solo, para que algún día, cuando ya no haya lugar para nuevas visitas, juguemos juntos hasta espantar las noches de insomnio.

Jorge Eduardo Cinto


No hay comentarios:

Publicar un comentario