“Ser humanos también es un deber.”
GRAHAM GREENE
Reconocemos, aun desde la imperante individualidad, que los humanos somos criaturas sociales, que sin un nosotros perdemos el sentido, el norte, el entorno, nuestras potencialidades. Nacemos hombres y mujeres, pero sin la relación con el prójimo, nuestra naturaleza no es la de convertirnos en seres humanos. La humanidad surge de los valores, los hábitos y las pautas sociales que nos inculcan y que aprendemos de nuestras interacciones. Lo estudia una de mis disciplinas favoritas, la Psicología Social, aunque fuera del papel, somos cada uno de nosotros los que podemos entender cuán importantes son estos nexos como origen de nuestras creencias, pensamientos, emociones y acciones: a través de los demás, comprendemos el amor, el odio, la sensatez, la envidia, la aprobación, la motivación, el rechazo, la crítica negativa y la positiva.
Somos humanos cuando nos transformamos en portadores de esa cultura social, para empezar. Cuando aprendemos –que es a lo que se refiere el literato Graham Greene en la frase que encabeza este post–; cuando somos permeables y proyectores de solidaridad, de cuidado, de respeto. Cuando somos la garantía de que se perpetúe el bienestar y la convivencia.
Humano significa cívico.
Civismo es un término cuyo origen latino, civis, se traduce como ‘ciudadano’. Y un ciudadano es aquel que sigue las normas y trabaja por lo que le permite vivir en calma con sus vecinos cercanos y lejanos. El civismo es, pues, un metavalor, ya que acoge como concepto que exista el respeto, la solidaridad, la cooperación, las buenas formas, la moderación, la discreción, cierta empatía, la voluntad, el esfuerzo o la generosidad.
Del comportamiento excelso de cada ser humano obtenemos los sedimentos de la salud ética y estética de un pueblo. Una cultura que se proclama cívica brilla por su serenidad, por la confianza de los que la nutren y representan, y por la confianza que despierta en otros pueblos. El civismo no solo resulta imprescindible para la creación de la cultura, sino que solamente es posible desde el yo, desde cada individuo y sus pequeños detalles.
De ahí que reivindico profundamente la pedagogía del civismo. Insisto en que niños y adultos colaboremos, interioricemos los buenos modales y enseñemos y aprendamos a la vez a pensar en el otro como una riqueza. A tender la mano, a ser empáticos, a tener en cuenta a quien lo necesita, a compartir, a escuchar, a crear el espacio común que anhelamos.
Quiero despedirme con dos frases que pienso que resumen la esencia de esta entrada, del civismo que es la ética y la cortesía que nunca deberíamos perder:
“La importancia que se concede al valor del civismo representa una recuperación de la ética de las virtudes, tal y como la concibió Aristóteles, para quien las virtudes eran el eje de la ética y también de la política.”
VICTORIA CAMPS (Catedrática de Ética)
“La cortesía es el más exquisito perfume de la vida, y tiene tal nobleza y generosidad que todos la podemos dar, aun aquellos que nada poseen en el mundo.”
AMADO NERVO (Escritor)
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