viernes, 31 de diciembre de 2021

El tren de la vida


Infancia. Primavera. Retoño de la vida,
las verdes esperanzas, los más azules cielos,
los cuidados maternales de mimos y desvelos,
el cálido regazo, la patria más querida.  
—¡Yo quiero ser cigarra!, ¡no quiero ser hormiga!

Los juegos y la escuela, cromos y caramelos.

Las flores que se abren, esos primeros vuelos...
torpes primeros pasos; la primera salida.
Amigos para siempre, perfumes imborrables.

¿Dónde estarán mis libros, mi pluma, mi pelota?        

¿Y mis primeros versos al dorso de un cuaderno?
Mañanas soleadas, doradas, memorables,
una abeja que liba, un manantial que brota
y un recuerdo florido con vocación de eterno.

Verano. Vacaciones. Maduran los frutales;

despiertan los sentidos al sol del mediodía
y la cigüeña vuela al nido que solía.

De verdes a dorados se tiñen los trigales,

las ninfas de las fuentes juegan con los cristales
del agua y sus destellos son soles de alegría.

Las bochornosas noches, los prolongados días,

los estrellados cielos, efluvios de jarales...

Los cantos de cigarra en calurosas siestas,

los juegos de los niños detrás de una cancela;
florecen las muchachas, 
despiertan los amores que surgen de las bodas, 
los juegos y las fiestas.

En un baúl perdidas las fotos de la abuela

de cuando en otros tiempos derramaba fulgores.

Amarillos de otoño. El cielo ceniciento

pregona una llovizna. Una tardía rosa
en el rosal se mece y una hormiga afanosa
regresa con la carga a su oscuro aposento. 

El olmo de mi calle se ha puesto amarillento

y vuelve a desnudarse en la tarde ventosa;
en un rincón se ha muerto la bella mariposa
y al amor de la lumbre se cuenta un viejo cuento.  

Regresan los pastores con sus grandes rebaños;

de la bodega salen aromas de los mostos;
ocres, pardos, se han vuelto los recuerdos de antaño; 
— bajan los aguaceros por senderos angostos
y Ceres se ha dormido igual que cada año
y sueña dulcemente con lejanos agostos.

Ha llegado el invierno, la nieve lo pregona;

blanco pañuelo cubre la cúspide morada
de la lejana sierra. Se escucha la balada
que el hambriento rebaño triste lamento entona.  

Aves invernadoras sus nidos abandonan

y engrosan armoniosas la innúmera bandada,
su flecha al sur apunta al fin de la jornada;
y un gris a mi cabeza le pinta una corona.  

A lo lejos se escucha que un tren silbando viene,

yo estoy aquí esperando en un banco sentado
de la cuarta estación. 

Dispuesto, preparado,

ligero de equipaje ya nada me retiene,
ya nada obstaculiza mi último viaje
en el último tren. Es todo mi bagaje.


Jesús Herrera Peña

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